La España del conocimiento

Cómo promocionar tus servicios como trabajador independiente y destacar en tu industria

Inyección financiera

Existe casi unanimidad que la mejor herramienta para afrontar la crisis es el conocimiento, eso sí con la esperanza de que se aplique de forma productiva para producir innovación y en todo caso, mejoras en la competitividad de las empresas.

Para que el uso del conocimiento avance en la economía española es clave, más que un cambio de la estructura sectorial, es necesario transformaciones en la composición de cada uno de los sectores, orientándolos hacia actividades intensivas en capital humano y tecnología. Para lograrlo es imprescindible el esfuerzo combinado del sistema educativo, mejorando el potencial productivo del capital humano; del tejido productivo, mejorando el aprovechamiento del mismo; así como de las políticas públicas, favoreciendo ambos procesos.

Esto que sobre el papel es evidente, desde luego y remitiéndonos a la historia reciente de España, no ha llegado producirse. Lo lamentable es que Ramón y Cajal en los “Tónicos de la Voluntad”, a finales del siglo XIX hacía mención de esta circunstancia al indicar que …en países como Alemania, Francia o Inglaterra la industria vive en íntima comunión con el laboratorio…. Por tanto, esta necesidad viene de antaño.

Existe pues una triple responsabilidad: la educación debe responder a las necesidades de la industria, y los empleos ofrecidos por las empresas habrían de explotar el potencial de los titulados. De no ser así no se generará valor añadido ni los salarios aumentarán y la realidad cotidiana de nuestra sociedad así lo revela.

Además, las políticas públicas deben impulsar las dotaciones de recursos del conocimiento disponibles y evitar la depreciación del capital humano que se derivará de las elevadas tasas de desempleo de los jóvenes altamente cualificados o, como está sucediendo en la actualidad, un drain brain a otros países, con lo que la inversión en educación pasa a tener condición de gasto al no producirse ningún retorno económico. Esos jóvenes no pagan impuestos en España y, por tanto, no producen riqueza, ni mejora de nuestra competitividad ya que ese talento emigra para ser empleado en empresas extranjeras a las que seguramente las empresas españolas comprarán sus productos y servicios.

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