El avión comenzó a temblar como si estuviese atravesando una tormenta de grandes dimensiones, pero lo más preocupante sucedió cuando el morro fue descendiendo hasta señalar directamente hacia donde debería estar el suelo. Entonces, todos nos pusimos nerviosos y seguimos las indicaciones de seguridad.
Nos amarramos el cinturón y nos pusimos las mascarillas que aparecieron sobre nuestras cabezas. Resultaba desconcertante comprobar la tranquilidad de los asistentes de vuelo, que paseaban por los pasillos comprobando que todos estuviéramos asegurados mientras daban tumbos. Entonces, un ruido inmenso nos sorprendió y algunos pasajeros comenzaron a gritar: “¡Hemos perdido un ala!”
Todo está bajo control
Una de las asistentes pidió tranquilidad por la megafonía, pero nadie entendió cómo debíamos tomarnos la noticia de estar cayendo en picado con solo un ala. Entonces, la voz del piloto resonó por los altavoces: “no se preocupen, hemos liberado el ala derecha para mejorar nuestro potencial aerodinámico y reducir las turbulencias. Cuando ganemos un poco de velocidad, podremos planear”.
No era una explicación muy reconfortante, todo hay que decirlo… pero la cara afable de las azafatas y sus dulces voces pidiendo calma nos hipnotizaron durante un momento. Las turbulencias eran menos evidentes y todo parecía estable, lo cual sería perfecto si no fuera porque seguíamos bajando en picado.
A los pocos minutos el avión empezó a escorarse y el piloto volvió a contactar con nosotros: “Todo va bien. Vamos a liberar el otro ala porque está creando resistencia y corremos el riesgo de voltear.” Los pasajeros empezaron a gritar que sin alas ni motores no podríamos remontar y que estaríamos perdidos, pero antes de poder siquiera exigir que no se tomara esa medida tan drástica ya habíamos visto salir volando el otro ala.
El señor que estaba a mi lado comentó asombrado: “¿Es que tienen un maldito botón para quitar las alas o qué?” y la señora del asiento de delante añadió: “Bueno, si lo han hecho será porque es necesario“.
Entonces me percaté de lo surrealista de la situación y decidí tomar una cerveza. Quizás la última. Llamé a una azafata y me miró amablemente mientras me señalaba el precio. “¿Estás de broma?” dije tras unos segundos de confusión. “¿Me vas a cobrar la cerveza? ¡Estamos cayendo en picado.. sin alas!”
Y todo terminó
No se lo tomó muy bien y se fue con paso tranquilo mientras volvía a aparecer la voz del piloto: “Bueno, supongo que no se han dado cuenta pero ya hemos liberado la cola, así que la carga aerodinámica es mínima. Hemos calculado que el punto de imp… de aterrizaje se situará en el océano, por lo que rogamos que se pongan los chalecos siguiendo las indicaciones de seguridad proporcionadas por el personal de vuelo. Gracias” Sin duda el avión ahora iba suave y sin muchos temblores… una maravilla.
Todos empezaron a buscar debajo de sus asientos, pero un niño despistado pudo ver algo extraño por la ventana: “mamá, mamá… el piloto vuela“. Sin duda los pilotos se habían tirado con paracaídas y esto no pareció alegrar mucho a los asistentes, que entraron en la cabina por si encontraban alguno de sobra. Allí solo había una nota: “No se preocupen. El piloto automático está puesto“
Algunos intentaban explicar que si caíamos con un buen ángulo podríamos zambullirnos como un saltador olímpico o rebotar como una piedrita en el río hasta detenernos lentamente. “Seguro que los pilotos lo han dejado todo listo”. No recuerdo lo que pasó, solo sé que de pronto aparecí aquí y todo había desaparecido.
Entiendo, casi me da uno. Todavía no me he encontrado a ningún piloto por aquí arriba, pero en cuanto me tope con alguno tendré que preguntarle seriamente si de verdad tienen un botón para arrancar las alas… estoy que no duermo ¿tendrá el dibujito de una tijera o será simplemente rojo?
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